✍️ Juan Carlos Cal y Mayor
Más que paliativos, la lucha contra el crimen organizado necesita una cirugía mayor. Hacer operativos para frenar o capturar narcolaboratorios o toneladas de estupefacientes, es como descabezar a una hidra de siete cabezas. Por cada una que se corta, salen más. Por eso se necesita decapitar a los capos. No hay de otra. Y esa cirugía son los ataques teledirigidos que Donald Trump ya ha autorizado. Y no necesita poner un solo pie sobre nuestro territorio. No se trata de una invasión con tropas cruzando la frontera, sino de intervenciones quirúrgicas, rápidas y letales, en puntos clave que la inteligencia militar norteamericana tiene perfectamente localizados.
La presidenta Claudia Sheinbaum no miente cuando asegura que Estados Unidos no invadirá México. Pero omite decir que, en la legislación estadounidense, declarar a los cárteles como organizaciones terroristas les permite ejecutar operaciones militares en el extranjero sin necesidad de ocupar el territorio. Así actuaron contra Osama bin Laden en Pakistán o más recientemente contra el general iraní Qasem Soleimani, eliminado por un dron en Irak. En ambos casos, fueron acciones unilaterales, de alto impacto y ejecutadas sin pedir permiso.
OBJETIVOS EN LA MIRA
El cambio de narrativa en Washington es profundo. Ya no se habla solo de cooperación bilateral o intercambio de inteligencia. El discurso de Trump, respaldado por una mayoría republicana en el Congreso, apunta a resultados rápidos, medibles y, sobre todo, visibles para su electorado. Esto significa que, tarde o temprano, veremos ataques selectivos contra capos, laboratorios y centros logísticos del crimen organizado en México, en operaciones que pueden durar minutos pero dejar un efecto político y mediático enorme.
Lo mismo podría suceder en Venezuela. Nicolás Maduro, a quien Washington ya cataloga como terrorista, está bajo una recompensa de 50 millones de dólares. Sin embargo, la historia reciente demuestra que en la era de la guerra tecnológica no hace falta capturarlo vivo ni montar una operación convencional. Basta un misil guiado o un dron armado para descabezar una dictadura. Y de poco servirá la lealtad comprada de sus fuerzas armadas.
CUANDO LA 4T SE TRAGÓ LOS SAPOS
En México ya vivimos algo parecido. La captura del Mayo Zambada fue resultado de una operación que terminó en territorio estadounidense, sin que el gobierno mexicano pudiera reaccionar. El mensaje fue claro: si Washington quiere a alguien, lo toma. Y nosotros, por razones diplomáticas y de dependencia económica, terminanos tragando sapos y sin hacer gestos.
EL MENSAJE DE TRUMP
Trump no se anda por las ramas: “Si tú no puedes con ellos, yo sí. Y si no ayudas, no estorbes”. Esta frase sintetiza una visión de seguridad donde la soberanía pasa a segundo plano frente a la percepción de amenaza. Y aunque en México este discurso provoca indignación, en Estados Unidos suma votos y se alinea con la narrativa de mano dura que tanto vende en campaña.
¿COLABORAR O RESISTIR?
La disyuntiva para México es clara: o se suma de manera activa a esta estrategia, compartiendo inteligencia y operativos conjuntos, o se resigna a ver cómo Estados Unidos actúa por su cuenta. La colaboración tendría un alto costo político interno, pues implicaría reconocer que nuestras fuerzas de seguridad no han podido contener a los cárteles. Resistir, en cambio, podría acarrear consecuencias económicas, diplomáticas y de seguridad aún más graves.
LO INEVITABLE
La inteligencia militar estadounidense ya tiene las coordenadas. La tecnología para ejecutar estos ataques existe y ha sido probada. La pregunta no es si lo harán, sino cuándo. Y cuando ocurra, el mapa del crimen organizado podría cambiar drásticamente… o adaptarse, como tantas veces, a un nuevo equilibrio de poder.
No sería la primera vez que Estados Unidos actúa de forma puntual en México. En 1985, la presión estadounidense tras el asesinato de Enrique “Kiki” Camarena llevó al secuestro ilegal de Humberto Álvarez Machain en Guadalajara. Incluso en 2014, la captura de capos en territorio mexicano se realizó con apoyo decisivo de la DEA y agencias de inteligencia norteamericanas. Así se llevaron al Mayo sin decir ni “agua va” a pesar del coraje de Amlo. La historia demuestra que, cuando Washington decide actuar, lo hace con o sin nuestro consentimiento.
Porque en la guerra contra el narco, como en la medicina, las intervenciones menores alivian el dolor, pero solo la cirugía mayor puede salvar la vida del paciente. El problema es que, en este quirófano, el bisturí lo empuñará otro.