Cuatro de cada diez familias en México no cuentan con una vivienda propia. En un país donde el derecho a la vivienda está garantizado por la Constitución, la realidad pinta un panorama desigual y preocupante: para los hogares con menores ingresos, rentar no sólo es la única opción, sino una carga que consume cerca de un tercio de sus recursos mensuales.
De acuerdo con los datos más recientes de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el sueño de adquirir una casa resulta prácticamente inalcanzable para el 80 por ciento de las familias ubicadas en los
deciles (fracciones de 10 por ciento de la población, que son ordenados conforme a sus percepciones en un trimestre), más bajos de ingresos. La encuesta, uno de los instrumentos más valiosos para medir desigualdad en el país, deja al descubierto cómo la vivienda digna continúa siendo un privilegio reservado para una minoría.
A diferencia de los sectores más favorecidos —el décimo decil, que agrupa al 10 por ciento con mayores percepciones—, el resto de los hogares destina más recursos al pago de alquiler que al pago de una hipoteca. Esto significa que, aun cuando existiera la posibilidad de acceder a un crédito, el costo del alquiler en el presente impide ahorrar o planificar a futuro.
La ENIGH no sólo arroja luz sobre el porcentaje del ingreso que se destina a vivienda, sino que permite profundizar en las condiciones en las que habitan millones de mexicanos: el hacinamiento, la precariedad de los materiales de construcción y el acceso limitado a servicios básicos como agua corriente, electricidad y drenaje, son parte de los indicadores que completan la fotografía de la desigualdad.
La encuesta divide a la población en diez deciles —cada uno con el 10% de los hogares, ordenados por nivel de ingreso— y compara realidades tan contrastantes que parecerían de países distintos. Mientras que en el décimo decil la compra de vivienda es una posibilidad real, en el primero, las familias apenas logran cubrir el alquiler y las necesidades más elementales como alimentación, educación o salud.
Los datos de la ENIGH confirman lo que ya se percibe en las calles: la brecha de acceso a la vivienda no sólo persiste, sino que se ensancha. Vivir bajo un techo digno y propio, lejos de ser un derecho universal, se ha convertido en un lujo que sólo unos cuantos pueden pagar.
(Revista Magisterio | Redacción)